No recuerdo cuando decidí que quería ser periodista. Supongo que fue algo así al estilo de “mamá, quiero ser artista”, poco más o menos. Cuando estudiaba BUP y COU no existía ninguna facultad de periodismo o comunicación en Zaragoza. Sin embargo, a los 16 años, que es cuando tienes que decidir entre ciencias o letras, yo ya estaba empeñada. “Periodismo, periodismo, periodismo…”. Mis padres removieron Roma con Santiago, y nunca mejor dicho, porque preguntaron en Pamplona (el OPUS) los costes de la facultad de periodismo. Caro no, lo siguiente. De manera que mi vocación tuvo que dar un pequeño rodeo.
Terminé estudiando Ciencias Químicas. En segundo de carrera me aburría tanta fórmula y tanto polvito encerrado en probetas y me planté. “Papá, quiero ser periodista”. Papá fue a preguntar a una facultad privada nueva en la que enseñaban a uno a ser comunicador. Pero claro… caro no, lo siguiente. En vista de que o le daba a las decantaciones o terminaba de azafata toda la vida, terminé la carrera. Como yo en esto del trabajo suelo ser afortunada, empecé a trabar enseguida. Cuatro años en un departamento de Calidad y Medioambiente ejerciendo con la bata blanca… Pero un buen día, leyendo el periódico, escondido en la esquina de una página par, lo vi: Máster en Comunicación y Periodismo de Heraldo de Aragón, plazas limitadas, comienza en septiembre.
Mi jefe se quedó ojiplático cuando le comuniqué la decisión de dejar mi puesto de trabajo porque quería volver a estudiar. Por fin iba a cumplir mi sueño. Iba a ser periodista. Colgué la bata y me compré cuadernos nuevos. Sinceramente, no tenía ni idea de donde me metía pero no me faltaba ilusión y ese es el único ingrediente imprescindible para llegar donde te propongas.
Y así, con ilusión, mucho esfuerzo, trabajo y ganas, llegaron mis colaboraciones en la sección de deportes de Heraldo de Aragón y poco más tarde mi puesto en ZTV. Varios años trabajando todos los días, de lunes a domingo, y haciendo doblete muchos de ellos. Cumpleaños, fiestas, viajes… que nunca llegaron porque tocaba trabajar… Fue una especie de inversión de futuro. Había que recuperar el tiempo perdido y yo lo hice, y creo que lo hice bien.
Ser becaria con 28 años, es duro de llevar. Pasar de cobrar un señor suelo (de licenciada en Químicas) a una miseria acorde con el último mono de ZTV, es más duro si cabe. Pero lo supe llevar con dignidad. Sobre todo, lo supe llevar porque me entusiasmaba mi trabajo.
Primero en la calle, de plaza en plaza, dando mil vueltas al ruedo con mi alcachofa. Bailé y canté con quien quiso hacerlo…
Llegó luego la EXPO y allí crecí como profesional. Casi tres años después, la gente en la calle me sigue parando para preguntarme: ¿tú no eres la rubica de la EXPO?
Dirigir, producir y editar un programa fue mi siguiente reto. La bata blanca quedaba ya muy lejos y mis sueños mucho más cerca. En esta etapa tuve la oportunidad de conocer a los más grandes del panorama aragonés: al siempre entrañable Labordeta, a Marianico el Corto, a Miguel Mena… entre muchos, muchísimos otros…
Por último, la horma de mi zapato, un programa de deportes en directo. Primero como reportera.
Luego, como presentadora.
Por fin la bata de química estaba completamente olvidada. Y hasta aquí llegamos.
Un alto en el camino pero solo para coger aire. Hay mucho por recorrer. En esta profesión el camino es tan largo como largo es el horizonte que delimita el comienzo de tus sueños.