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viernes, 18 de febrero de 2011

Unos premios TP raros raros raros...

Hoy enciendo la radio y me entero de que Sara Carbonero está nominada a los Premios TP como mejor presentadora de informativos. Compite con Matías Prats, que puede presumir de una andadura de más de treinta años en la caja tonta, y Ana Blanco, pedagoga pero sobria “fiera” en la jungla periodística desde 1980. Las trayectorias de ambos son largas e impecables. Te pueden gustar o no, pero su dedicación a esta empresa (la informativa) es incuestionable. 

Y entonces, a mí se me pone cara de tonta. Me acuerdo del beso del mundial


y de esos ojos de gata misteriosa que me miran todos los días desde Telecinco a partir de las tres de la tarde y me surgen dudas, muchas dudas. ¿Cuántos años lleva Sara Carbonero ejerciendo este oficio? ¿Cuáles han sido sus méritos? ¿Es cierto que no llegó a terminar la carrera de periodismo?

Como respuesta me viene a la memoria una frase que escuché el otro día en boca de la siempre mítica Olga Viza: “Hoy en día no importa el contenido, solo vale el continente”. Y lo decía una de las primeras mujeres en dedicarse al periodismo deportivo en este país. Una mujer que marcó una época y que, mira por donde, ha tenido que engrosar durante una temporada las listas del paro porque, quién sabe, quizá su continente ni tiene ojos de gata, ni dimensiones de barbi con los pechos operados

No pretendo con esto atacar a nadie. Simplemente, invito a la reflexión. ¿Qué le está pasando a nuestra sociedad? Si realmente esta tendencia termina gobernando sobre todo en las televisiones deberemos resignarnos… Eso sí, todavía espero con “impaciencia” el día en el que un cachas con los glúteos operados presente los Informativos en prime time.  

jueves, 10 de febrero de 2011

La oración de los valientes


Las ganas de vivir y de luchar no son siempre garantía de éxito. A veces, no son suficientes para mantenernos en este lado de la trinchera. La pasión se queda corta cuando hablamos de pelear contra un cruel destino. Y es en estas ocasiones cuando hay que ahogar las ganas de llorar en un vaso de agua. Le pegarías un puñetazo a la vida por ser tan efímera. Le darías la espalda al destino por no contar contigo. Pero nosotros aquí somos meros espectadores y tan solo nos queda saborear al máximo cada minuto porque no sabemos cuándo será el último.

Te conocí hace aproximadamente un año. Ya por aquel entonces la varita mágica había decidido tocarte en la pierna, pero tú seguías sonriendo. Porque a pesar de todo, nunca perdiste la sonrisa, ni esa mirada chispeante que siempre supo a vida. “Mira, este es mi mejor amigo”. Sé que juntos fuisteis dignos grumetes en el barco de la juventud. Tu en popa, él en proa, divisando horizontes y amarrándoos a cada puerto. Sin perder un segundo, y es que quizá en el fondo ya sabíais que el tiempo era el mayor tesoro para dos piratas como vosotros. Toda una vida zarpando juntos. Toda una vida junto a esa sonrisa, junto a esa mirada chispeante. 

Me sorprendió tu capacidad de lucha, tu optimismo, tu fortaleza. Porque de gente como tú se aprende, sobre todo, a ser valiente. 

Ayer tuvimos que despedirte. Yo no soy creyente. Nunca he confiado en un paraíso esperándonos ahí arriba. Sin embargo, hoy tengo la seguridad de que seguirás sonriendo en los corazones de mucha gente. Porque dejaste escrita parte de tu historia. Porque tantos sueños compartidos viven en la memoria. Porque tú no te querías ir, y aquí nadie va a olvidarte.

viernes, 4 de febrero de 2011

Los colores del Vallés


Es increíble la paleta de colores que encuentras en un viaje en cercanías por el Vallés. Comienza la aventura en un agujero infinito de matices metálicos. 


Aquí se entremezclan la desidia de la espera con la dulce cadencia del tren que se acerca en la distancia. Nadie lo mira. El panel luminoso hace de maestro de ceremonias y procede a las presentaciones pero pocos son los que le prestan atención. Se para, te saluda y tu le tiendes la mano. 

El agujero infinito da paso a un horizonte cada vez más lejano. En tu paleta de colores pintas un amarillo ceniciento que resbala entre los sucios cristales. Un hombre, igualmente sucio y descuidado, desenfunda el violín y toca. Toca esa suave melodía que acompaña las ensoñaciones de los que descansan ajenos al mundo en sus butacas. Nadie lo mira. Él insiste. Pero nadie lo mira.

El amarillo da paso al rojo, al verde, al negro… El Vallés se desliza a ritmo de traqueteo. Se escurre entre la paleta de colores al igual que se escurre la melodía entre los dedos del violinista. 

Las pinceladas se aceleran y el cuadro queda concluido a dos cuartos de la hora esperada. Es entonces cuando te zambulles en el lienzo pero nadie te mira. 


Has llegado. Mañana volverás a la paleta de colores y quizá tengas la suerte de contar de nuevo en tu cuadro con otro sucio violinista.